Ricardo Almazán es director del Parque La Maleza, en la Sierra de Albarracín. Con el apoyo de Rewilding Europe, su empresa apostó en 2021 por convertir este territorio en el primer lugar de España en acoger una manada de tauros, los bóvidos que concentran las características del uro, la desaparecida vaca salvaje. En este artículo desgrana su experiencia con estos fantásticos animales y cómo ya se están haciendo visibles los efectos de su presencia en el territorio.
Hace unos 800.000 años campaba por la península ibérica un gran bovino salvaje: el uro (bos primigenius primigenius). Habitaba toda Europa y parte de Asia. Es el antecesor de todo el ganado bovino doméstico que conocemos hoy, un imponente animal de una tonelada de peso al que los grandes cambios climáticos de la Prehistoria y la presión humana fueron haciendo retroceder hasta su desaparición total. En el año 1627 murió en Polonia el último uro.
El tauro es un gran bovino que ha venido a ocupar el nicho ecológico que quedó vacío con la desaparición del uro. Es tan similar porque comparte con él el 94% de su genética, lo que ha sido posible gracias al trabajo de la fundación holandesa Stichting Taurus, que logró obtener la secuencia genética de unos restos mortales de uro y, sabiendo que los bovinos actuales descienden de esta especie, combinó material genético de razas que se han mantenido relativamente cercanas genéticamente. Algunas de ellas españolas, como la limiana gallega, la tudanca cantábrica, la sayaguesa zamorana y la pajuna del sur.
Una vez seleccionadas por cercanía genética, empezaron a cruzarlas entre sí, con el objetivo de ir consiguiendo un animal que fuera lo más parecido posible a aquel imponente bovino salvaje: así nació el tauro. Y esta suerte de uro 2.0 ha vuelto a la vida para ayudarnos a recuperar ecosistemas.
La mayoría de nosotros hemos empezado a entender a los grandes carnívoros como especies clave, sin los cuales los ecosistemas no son capaces de funcionar debidamente. Quizás no lo aceptamos, pero lo sabemos. ¿Y qué hay de los grandes herbívoros? Pues que sin ellos, tampoco nada puede funcionar.
Actualmente, tenemos un grave problema de matorralización en nuestros montes. Los bosques se cierran y que se hacen intransitables incluso para los ungulados salvajes del territorio; son terrenos donde la luz ya no alcanza el suelo y donde las semillas no pueden germinar; nacen miles de árboles que no prosperarán por la alta densidad. Son montes repletos de combustible en los que, cuando el fuego aparezca, arderán inevitablemente miles de hectáreas. Todos estos problemas vienen dados por la falta de grandes herbívoros y el tauro viene a solucionarlos de buen grado.
El tauro −al igual que su predecesor−, tiene una gran capacidad para digerir las celulosas y esto le permite alimentarse de vegetales muy lignificados (que tienen la textura de la madera) como matorrales, ramas y árboles pequeños.
Es un enorme animal que ronda −e incluso sobrepasa− los mil kilos y que tiene una gran capacidad de ingesta, por lo que retira muchísima vegetación del monte, más que otras especies, además de comer un tipo específico de vegetación que no digieren otros animales. Por otra parte, su gran tamaño y su fuerza suponen que, al paso, es capaz de atravesar zonas cerradas de vegetación que va pisando, chafando y rompiendo, abriendo paso a otros animales y, sobre todo, a la luz del sol. Asimismo, a causa de su inusitado tamaño, genera grandes cantidades de estiércol, lo que devuelve la vida a los suelos. Es un estiércol abundante y, lo más importante, libre de medicamentos, ya que el tauro es un animal tan fuerte que no recibe tratamientos antiparasitarios, a diferencia del ganado doméstico.
Los fármacos que se suministran a otros animales hacen que sus deposiciones sean aniquiladoras de la fauna edáfica. Sin embargo, el tauro está sobradamente preparado para convivir con sus parásitos internos, manteniendo por sí mismo un equilibrio correcto sin necesitar de la mano del hombre y de medicamentos. En suma, se trata de un animal que, por su forma de vida y su manera de alimentarse, puede devolver la biodiversidad al lugar que habita.
Se aprovechan de él los vegetales, que obtienen más luz y nutrientes; restituye paisajes en mosaico; da vida a la fauna edáfica; genera praderas para los herbívoros salvajes que cohabitan con él; abre caminos en los bosques… Es una especie clave que debe volver a habitar nuestros territorios.
Comportamientos ancestrales
Además de su forma tan única de alimentarse, el tauro también presenta comportamientos que poco tienen ya que ver con sus parientes domésticos. Es un animal que nace para ser salvaje y sabe serlo, un bovino que se está desdomesticando. Así, el tauro presenta comportamientos ancestrales, que son fundamentales para su supervivencia en el medio natural, sin la ayuda del hombre.
Sus manadas están perfectamente estructuradas y mantienen siempre la unidad del grupo, frente a la dispersión a la que tienden sus parientes domésticos. Esto proporciona protección. Se trata de una especie matriarcal, ya que todo el grupo sigue las órdenes de una de las hembras adultas. Es más, se ha constatado que hay matriarcas que deciden compartir esa posición de jerarquía con una o dos hembras más, por lo que es posible encontrar manadas con una, dos o incluso tres jefas. Los grandes machos de 1.000 o 1.200 kg, los pequeños, las hembras sin dotes de líder y los adolescentes, todos acatarán este liderazgo.
Entre los tauros se da también un comportamiento que nos recuerda al de algunos grandes carnívoros. Cuando un macho alcanza su madurez sexual y aspira a ser el semental, pero sabe que no podrá ocupar esa posición en su actual manada, se separará de los suyos y buscará un nuevo grupo en otro territorio. En un mundo en el que el hombre no hubiese acabado con estos grandes herbívoros, se encontraría con otros individuos y nacería una nueva familia.
Cuando un gran depredador como el lobo acecha a la manada, los adultos más fuertes forman un círculo, y los más débiles y los más jóvenes se mantienen en el centro. Los lobos, frente al grupo de adultos mostrando sus cuernos al exterior, no tendrán más opción que buscar comida en otro lugar.
También es fascinante su comportamiento con las crías. Los pequeños, al nacer, son ocultados por sus madres durante días entre la vegetación para protegerlos. Cuando llega la primavera y los nacimientos se concentran, una de las hembras se quedará custodiando el grupo de los pequeños ocultos mientras las demás van con el resto de la manada y se alimentan, buscan agua o descansan. La hembra vigilante no sólo les dará protección, sino que ejercerá de nodriza y alimentará a todo el que lo necesite. Un animal impresionante que recupera los comportamientos que hicieron a su ancestro perdurar durante cientos de miles de años.
Nuestra manada de tauros de la Sierra de Albarracín fue la primera en España y llegó en abril de 2021 desde Holanda. Vinieron tres hembras adultas, un enorme semental, ocho novillas de un año y siete novillos de la misma edad. Llegaron para habitar un pinar de 500 hectáreas que pisa suelo de Frías de Albarracín, Calomarde y manga de Albarracín. A pesar del gran cambio de aires, la adaptación fue rápida, cómoda y sin incidentes. Hoy la forman casi treinta ejemplares.
Transformación visible del territorio
El efecto transformador de este animal en los bosques de estos municipios serranos es ya una realidad visible. Los pastos bastos de las zonas soleadas se convierten en pastos frescos y apetecibles; las fuertes, densas y altas jaras pierden altura y densidad, propiciando la pradera; pequeños pinos de diámetros ridículos, separados entre sí por escasos centímetros, que intentaban crecer hacia el sol, caen por docenas por la acción de estos enormes vacunos, dejando llegar la luz del sol al suelo y dando oportunidades de nuevo a quercus, sabinas…
La cabecera del río Blanco, en las inmediaciones del Molino de las Pisadas, donde el agua atravesaba con dificultad la densa vegetación acuática y de ribera, queda limpia y despejada, dejando visibles las cristalinas aguas, y los meandros van recuperando otro trazado, seguramente más parecido al que tuvieron cuando grandes herbívoros pastaron allí.
Estos cambios están generando otro efecto también interesante: los gamos, corzos, ciervos y cabras monteses que viven en la zona se van concentrando alrededor de los tauros. Se han dado cuenta de que, junto a estos enormes vecinos, la comida es más apetecible, más fina y más abundante. Así, se forma de modo espontáneo un gran núcleo de biodiversidad.
Por debajo de todos ellos crece la fauna edáfica que regeneran los tauros. Y por encima se aglutinan las aves, que se benefician de la nueva vida del suelo y de los parásitos que entresacan del pelo de los tauros. Las aves necrófagas encontrarán también un gran festín el día que alguno de estos imponentes animales llegue al fin de su recorrido… La vida vuelve a resurgir porque ha llegado un actor importantísimo que faltaba desde hacía demasiado tiempo.
¿Será capaz esta concentración de herbívoros, dentro de un tiempo, de atraer a otras especies que aún faltan en la ecuación? El lobo elegirá, si le dejamos, un lugar como este. Y si finalmente llega, tendremos una zona donde, entonces sí por completo, todo volverá a funcionar, remendando las consecuencias de estas ausencias tan graves generadas por el hombre.
A los posibles detractores les diré que, al final, hablamos de ganadería superextensiva con un bovino que es tan único que genera admiración. Y esa admiración hace que muchas personas quieran conocerlo de cerca; esto nos puede traer, además del beneficio medioambiental, un beneficio económico basado en un turismo de naturaleza, responsable y respetuoso.
También los hay que dicen que estos mismos efectos en el paisaje se pueden conseguir con vacunos domésticos, rústicos y autóctonos. Pues bienvenidos sean esos animales, la recuperación de esas razas, su capacidad de sostener el medio natural que habitan y la riqueza que puedan generar. Pero solo el tauro es capaz de pasar el año entero sin aportes alimenticios o trashumancias y es en el momento duro del invierno cuando está obligado a rebajar los matorrales, ingerir ramas o pequeños árboles. Es entonces cuando despliega sus habilidades diferenciadoras, que son las que necesitamos.
El futuro del tauro
Desde el Parque La Maleza seguiremos trabajando por el bienestar del tauro, con la colaboración y el apoyo técnico y económico de Rewilding Spain. Pero hace falta otro par de empujones más. Uno depende de cada uno de nosotros, que tenemos que abrirnos a conocerlo de cerca, a entender que no es un animal peligroso y a apreciar todo el valor que aporta a nuestros espacios naturales y a nuestras comunidades.
El otro empujón tiene que venir de las leyes. El tauro tiene la consideración legal de animal doméstico que, por tanto, tiene que habitar una zona delimitada y someterse periódicamente a unas intervenciones sanitarias que no necesita para su supervivencia, ni tienen sentido dado que su papel es puramente ecológico, no productivo. La legislación actual pone barreras a un alma libre que sabe dónde tiene que ir, cuándo y por qué. Estas leyes deben cambiar cuanto antes y acabar reconociendo a este uro 2.0 como un animal salvaje.
Mientras esto ocurre, tenemos en nuestra Sierra de Albarracín una nueva joya que recupera y añade biodiversidad. El tauro conecta el pasado con el futuro. Con el pasado, porque trae a la vida genes muy antiguos, y con el futuro porque nos da esperanza y fórmulas magistrales para que el ecosistema siga siendo viable y también tengamos porvenir como especie nosotros mismos.